Oh capitana, mi capitana

Tengo que buscar más información sobre esta mujer. Lo reconozco. Esta semana no he mirado mucho lo que hay detrás de la noticia, pero creo que puede ser muy interesante. No es ningún secreto que tradicionalmente el papel de la mujer fue el hogar, pero eso no significa que jamás en la historia una mujer no tuviese un trabajo que fuese tradicionalmente masculino. De hecho, en los años 20 se rompieron muchos moldes al respecto.

Prometo buscar información sobre esta mujer y, si la encuentro, compartirla con vosotros. Ahora, que también vaya «tino» con el apellido de la dama…

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Sección marítima

Crónica

Hoy queremos dar a conocer una curiosa nota que hemos encontrado en un periódico inglés.

Pasó hace pocos días por el puerto de Amberes un barco que llamó extraordinariamente la atención por la circunstacia de no llevar capitán, sino capitana.

Es esta Miss A. Dick, y el nombre del buque , «Flame».

Miss Dick, muy joven todavía, se propone realizar muchas y muy largas expediciones.

Posee el título de capitán.

Su precoz experiencia y su sangre fría han asombrado a los más viejos marinos de su tripulación, que se muestran dispuestos a seguir a su capitana hasta el fin del mundo.

Nosotros recordamos que Miss Dick fué la compañera de Harlson en su viaje de Manila a  Antofagasta, viaje que se efectuó en un velero de pequeño tonelaje, en el año 1919, si la memoria no nos es infiel.

Después, la famosa capitana hizo varios viajes por el Pacífico y el Atántico, publicando un gran número de artículos de los mencionados viajes en un periódico narteamericano.

También  efectuó un viaje por laa costa Este de Italia, visitando los puertos más importantes.

No hay que maravillarse —dice un articulista— de ver una mujer dirigiendo un barco.Si dificil es esto, no menos dificil es dirigir con fortuna un hogar. En ambos casos hay que luchar con tempestades.

Mechelin

Hablar con mujeres hermosas.

Se ha hecho viral la semana pasada un artículo de Reverte de 2007 donde, el escritor se describía a sí mismo como un coyote babeante y en celo al recordar a las grandes damas de antaño. El hombre se declaraba un gran admirador de la elegancia de aquellas grades divas. Pero en su artículo el no era demasiado elegante… Más bien todo lo contrario.

Para que no os pase lo mismo que a él, os dejo con la reflexión del periodista Roque For, sobre un artículo que explicaba como se ha de hablar a las mujeres bellas (vale, el artículo no hablaba exactamente de eso, pero como tal lo cuenta el gran Roque For). La verdad que este periodista nunca decepciona. Siempre acaba sacándote una sonrisa. Lo cuál no es necesariamente bueno, como descubriréis al terminar el artículo.

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Comentarios sin importancia

¿Qué expresión fisonómica adoptarían ustedes al hablar con una mujer hermosa?

Ha llegado el momento de confesar, bajando ruborosamente la vista al suelo, que hemos venido sustentando un criterio equivocado respecto de la expresión fisonómica que el hombre debe mostrar cuando dialogue con una mujer interesante.

Nosotros teníamos la desventurada idea de que la cara del hombre debía ajustarse precisamente a la índole del diálogo; es decir, que si se hablaba de amor no debía tener la misma expresión que si la conversación tuviese por tema la necesidad de intensificar la producción metalurgica en el Noroeste de España.

Bueno, pues vivíamos en el más transcendental de los errores. El escritor, señor Palomo, nos lo ha demostrado en una crónica más desconcertante que esos chalecos-camiseta que se llevan ahora.

«Para comprobar que no sabemos reír —dice el aludido escritor— basta sorprendernos en un diálogo con una mujer hermosa. Raro es el hombre de nuestro suelo que ante tal espectáculo no permanece lúbricamente serio o restalla en carcajadas, que son gritos del instinto animal.»

Claro está que el señor Palomo no ha pretendido plantear ningún problema de índole fisonómico-social. El señor Palomo ha escrito su crónica, sencillamente, para echarnos en cara que los españoles no sabemos reír. Pero, en contra de sus modestos propósitos, su trabajo literario viene a poner ante los ojos investigadores de los psicólogos el siguiente pavoroso problema: si en el caso en cuestión la seriedad es reflejo lúbrico y la carcajada, signo de instinto animal, ¿qué expreisón debemos dar a la cara? ¿Convendría acudir a la solución sonrisa? Estudiemos ligeramente el fondo de esta interrogante.

La sonrisa es una expresión intermedia entre la seriedad y la carcajada; algo así como el apeadero que nos ofrece la voluntad cuando por diversas causas no nos parece oportuno pasar del estado grave a la risa a todo trapo.

Pues si la sonrisa tiene un cincuenta por ciento de uno y otro estado de ánimo, es innegable que por partes iguales expresa lo lúbrico y lo del instinto animal. O lo que es lo mismo: que la solución sonrisa debe ser desechada apresuradamente.

Quedamos, por lo tanto, sin saber a que rostro quedarnos cuando dialogamos con una mujer hermosa.

Realmente el señor Palomo no ha meditado detenidamente sus palabras. De haberlo hecho, de buen seguro a su crónica le hubiesen salido canas en el fondo del tintero.

Nosotros, justamente alarmados, entre otras cosas porque mañana precisamente teníamos que hablar con una mujer de las que dejan caer una horquilla y nace un rosal, estamos viendo ya las consecuencias del estudio del señor Palomo:

—¡Pero Amelancia, por tus eminentes antepasados, repara que…!

—¡Infame, mal esposo! ¡Y yo que te creía más inocente que un eco de sociedad!…

—Vuelvo a asegurarte…

—¡Basta! Yo me atengo a lo que he visto. ¿Me negarás que anoche, cuando te sorprendí discutiendo con la criada sobre el mal efecto de las arrugas en los cuellos de brillo, estabas completamente serio?

—Pues naturalmente…

—Luego reconoces que eres un lúbrico. ¿Me negarás también que después soltaste una carcajada cuando la chica te hizo no sé qué pregunta

—Mujer, es que fue un golpe…

— Un golpe, ¿eh? Un hombre que ríe a carcajadas cuando dialoga con una mujer demuestra su instinto animal.

—¿Aunque discuta sobre las arrugas en los cuellos de brillo?

—Siempre. De modo que como yo no puedo seguir viviendo con un hombre de tales condiciones morales, te abandono…

—¡Pero Amelancia!…

—¡Instintivo!…

—Considera qué…

—¡¡Lubrificante!!

Señor Palomo, medite acerca de la responsabilidad que ha contraido. Y, de paso, vea el modo de remitirnos una copia de la cara que usted adoptaría al hablar con una mujer hermosa.

Ardemos hasta carbonizarnos en curiosidad.

Roque For

La culpa es de los padres, que las visten como putas.

Y sí…más o menos eso es lo que viene a decir el siguiente artículo, firmado por Ezequiel Cuevas, periodista y autor de algunos cuentos (publicados bajo el nombre «Cachos de vida», 1906) y una novela («Amadoras», 1907) que fueron muy polémicas en su día. Polémicas como sería este artículo de haberse publicado en la actualidad.

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LAS NIÑAS DE AHORA

Hace veinte años, las mujeres, hasta que no se ponían de mono, eran niñas.«Una niña de quince años», era un dicho vulgar.

Hoy, las niñas son esas encantadoras criaturas de trajecitos leves, ojos candorosos y cabellos en melena de rizos, que adornan nuestros jardines y nuestras calles, ya cantando la muerte de Mambrú, ya cogiditas de la mano, luciendo sus lindos sombrerones  y sus «bebés» sonrosados y mofletudos, de ojos de cristal.

Las niñas crecidas ya no existen. Se fueron para no volver, porque ahora, alos doce años, quieren parecer mocitas casaderas, mientras estas buscan el modo de parecer niñas.

Ahora, cuando las niñas dejan sus muñecas, toman las barritas de carmín,  y de negro-carbón de la polvera, y se pintan los labios  y los ojos, y se empolvan hasta hacerse feas. Antes de los trece años ya piden a las mamás que les hagan faldas hasta el tobillo y les peinen coleta y cuiden mucho de decir a la modista que la blusa o el abrigo tengan su correspondiente escote.

Así se ven por las calles, por culpa de las buenísimas mamás, chiquillas que están pidiendo a voces la compa y el aro, y un lazo rosa en el pelo, y unas mangas hasta el codo, convertidas en figuras un poco desquiciadas, en mujercitas de figurin, a quienes, en lugar de un piropo,  dan ganas de decir:

–Señora: ¿quiere usted jugar al corro?

Hoy, el piropo, esa bella expresión del ingenio, que brota al paso de una mujer bonita, está en desuso, no sirve para nada, no tiene aplicación, por culpa de las niñas-mujeres y de las mujeres-niñas.

Las mujeres-niñas son también las niñas de ahora: nenas de veinticinco años para arriba, que lucen en los paseos sus falditas de chicuela, cortas, enormemente altas, como las de los alabarderos o las de los soldados de caballería.

Tal moda favorece a las mujeres, porque las quita diez años de encima, que es el eterno sueño femenino; pero en cambio, a la par que la edad, les quita el novio ; porque ¿Qué hombre, por enamoradizo que sea, se va a atrever a hablar de amores a una joven cuya edad es incalculable, no sabiéndose, por tanto, si es una mujer hecha y derecha o una colegiala?

Las estadísticas acusan a una baja enorme en los matrimonios, y los grandes pensadores lo achacan a la carestía de la vida.

¿No será todo ello culpa de las niñas de ahora?

Por que bien que se case no con una mujer que le atienda y le cuide y sepa arreglar la casa y repasar la rpa y poner ell puchero; pero actualmente, como no hay mujeres o, por lo menos, no se sabe si las hay, lo natural es esperar a que estas niñas de ahora crezcan y se vistan de mujer, para poder hablar en serio del acto más terriblemente formal de la vida.

Ezequiel Cuevas

Consejos prematrimoniales

Este martes os traigo una curiosa nota con fecha de marzo de 1923.

En aquellos años, la iglesia tenía mucho poder en casi todos los estratos de la sociedad. Y Estados Unidos, a pesar de estar inmerso en «los felices años 20», no era ninguna excepción, más bien al contrario. Por lo tanto, cualquier consejo que era dado por esa institución era tomado muy en cuenta, especialmente si era un asunto tan serio como el matrimonio. Cabe destacar (por la geografía y por el término “pastor”) que lo más probable es que el religioso en cuestión fuese protestante, rama del cristianismo que permite casarse a sus sacerdotes.

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