Sobre las protectoras animales.

Hay veces que aparecen artículos antiguos que, de no ser por la fecha o algunos detalles de la redacción, podrían llevar a pensar que son de rabiosa actualidad. Antonio de Llanos firmaba en Enero de 1924 un artículo sobre la doble moral que veía en la protección de los animales por parte de determinados sectores. Un tema que parece que se viene repitiendo.

A modo de curiosidad, añadiré que en estos años,las peleas de gallos no solo eran un espectáculo habitual, sino que se comentaban en los periódicos como si de un partido de fútbol se tratase.

(transcripción debajo de la imagen)

Captura

Mientras fumo un cigarro

¡¡Y luego dicen que hay exaltados!!

Sí, es verdad; el espectáculo era lastimoso.

Un pueblo civilizado y progresista no podía seguir siendo teatro de la barbarie.

Era preciso dar la sensación de cultura sentimental.

Hacíase necesario cortar de raíz tanto abuso brutal y despiadado.

¡Matar pajarillos indefensos!

Eso constituía un baldón para nosotros, y no podíamos continuar así sin detrimento de nuestros pujos de altruismo.

Ha sido muy corriente ver en los parques de nuestras ciudades como los chicos, en lugar de ir a la escuela, se entretenían en cazar pajaritos para enjaularlos, para comerlos.

¡Cuántas veces deambulando por las alamedas santanderinas, por los jardines madrileños, por la Taconera de Pamplona, por el Paseo de Zamora de la ciudad de Salamanca o por la ribera del Ebro, en Zaragoza, he visto como grandes y pequeños entretenían sus ocios en desnidar los árboles o las cornisas de los edificios!

Los pajaritos han sido siempre perseguidos con cruel tenacidad.

En adelante irán disminuyendo estos atentados a la estética.

Acaban de dictarse órdenes severísimas para evitar en lo posible la despoblación pajaril.

Está muy bien.

Aplaudo sin reservas este rigorismo amenazador que servirá para garantizar la vida a esos animalitos.

Ya no se dará ese repugnante espectáculo de ver en los escaparates de las tabernas y freidurías las aladas osamentas de los gorriones, ni en las doradas jaulas que ahora están vacías volverán a aprisionarse jilgueros y canarios.

La «pajarofobia» no causará tantas víctimas como antes causaba.

Los guachos, con tranquilidad dominante y hasta con cierto orgullo, atravesarán en caprichosos saltitos los encintados de los vergeles.

¿Quién se atreverá a turbar sus nemorosas mansiones?

El dilema custodio de los pajarillos es más trascendental de lo que a primera vista parece.           

500 pesetas, o a la cárcel.

Y como no todos los mortales disponen de esa cantidad,  ni aun en calderilla, y todos sienten horror a las sombras carcelarias, pocos serán los que se atrevan a quebrantar lo estatuído.

Las sociedades protectoras de animales van ganando terreno…

Es de suponer que se sientan satisfechas.

Una disposición reciente apoya sus anhelantes pretensiones.

«El botín» de los protectores de animales va acrecentándose, va engrosándose; aumenta considerablemente.

Por lo menos, han logrado que germinen unas teorías altamente beneficiosas para sus protegidos.

Han conseguido que no se castigue con rigor a las caballerías, que los pajaritos píen tranquilos desde sus nidos y que los perros duerman sobre ricos edredones de seda.

Las sociedades protectoras de la infancia, de la adolescencia desvalida o de la senectud indigente,  a pesar de sus muchos esfuerzos, no han logrado, sin embargo, que lo mismo en el campo que en la ciudad no mueran de hambre o de frío muchas personas.

¡Hay tristes contrastes!

¡Cuántas noches, al salir del teatro, y cuando la neblina humedece el pavimento de las calles sobre los quicios de las puertas de las «casas grandes » he visto dormitar acurrucado y como deforme hacinamiento de harapos, a un niño, mientras, acaso, aullaba de placer un perro yacente sobre un tapiz oriental.

¡Y luego dicen que hay exaltados!  

 

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